El milagro de la fe
Cuando era chico creía en todo lo que me decían, en todo lo que leía y en todas las ideas que surgían de mi imaginación extremadamente inocente. Esto me provocó muchas noches sin dormir, pero también llenó el mundo en el que vivía de personajes y aventuras que no cambiaría por una infancia de noches tranquilas. Creo que, incluso en ese entonces, sabía que había muchas personas en el mundo cuya capacidad imaginativa estaba adormecida o virtualmente muerta, y que vivían en un estado mental (producto quizás del agobio laboral) equivalente al daltonismo. A veces sentía lástima por ellas, sin sospechar (al menos en aquel momento) que muchas de esas personas pragmáticas sentían lástima por mí o me despreciaban, no solo porque sufría de algunos miedos irracionales, sino también porque era ilimitadamente crédulo (también conocido como boludito) respecto a casi cualquier tema. Creo que había algo de verdad en eso antes y, para ser sincero, creo que aún hoy la debe haber. Fui, por ejemplo, el