Ideas para soltar el sufrimiento
Hace exactamente dos años me compré y leí Una Nueva Tierra: El Despertar de tu Propósito de Vida de Eckhart Tolle, y su impacto en mi vida podría decirse que causó bastante efecto. Me hizo replantear la forma en que me veo a mí mismo y cómo me relaciono con el mundo.
Con el tiempo entendí que los libros o las ideas te encuentran cuando realmente estás listo para recibirlos.
Así que para celebrar este aniversario personal, volví a revisar mis subrayados, y quiero compartir algunas de mis frases favoritas, junto con la lección más importante que aprendí: aceptar el rol que jugamos en nuestro propio sufrimiento.
Según el chabón, gran parte de nuestro sufrimiento surge de la identificación con el ego —esa construcción mental basada en nuestra historia personal, pensamientos, emociones y roles sociales— y de la resistencia al momento presente. El ego también genera lo que Tolle llama el “cuerpo del dolor”, una acumulación de heridas emocionales no resueltas que alimentan el sufrimiento. Al aceptar el presente tal como es, y desapegarnos del ruido constante de la mente, dejamos de resistir la realidad y nos damos cuenta de que, en muchos casos, somos los creadores de nuestro propio sufrimiento por aferrarnos mentalmente a él.
La causa principal de la infelicidad nunca es la situación, sino lo que pensás sobre ella. (E. Tolle, El Poder del Ahora)
Ahora bien, esto no significa que el dolor sea inválido o deba ser ignorado. Sentir y procesar el dolor es importante, y estar presente no reemplaza la necesidad de sanar. Lo que el autor propone es que nos relacionemos con nuestro dolor desde la conciencia, en lugar de la resistencia. Cuando aceptamos el momento presente —sea placentero o incómodo—, creamos un espacio donde el dolor puede existir sin la carga extra de juicio, miedo o apego, que muchas veces lo intensifica.
Esta conciencia nos permite ver que, aunque el dolor pueda surgir, no tenemos por qué convertirnos en él. Pasamos de ser víctimas de nuestras emociones a testigos de ellas. Esto no significa negar lo que sentimos, sino elegir no agregarle más sufrimiento mental. Incluso en medio de situaciones difíciles, esta práctica nos ayuda a atravesarlas con mayor claridad y equilibrio, encontrando una paz más profunda detrás de nuestras emociones.
Sos un ser humano común. Lo extraordinario es lo que se manifiesta a través tuyo en este mundo. (Tolle)
Confrontar verdades incómodas sobre uno mismo es bastante difícil y hay que ser valiente. Al principio puede despertar culpa o vergüenza y una sensación de peso abrumador. Si te aferrás al dolor, te va a aplastar. Si lo dejás atravesarte, se convierte en tu mejor maestro. Pasé por esa tormenta, y vi el arcoíris del otro lado. Me hizo mejor persona: mejor amigo, hijo, esposo. Y despertó en mí una pequeña valentía que ni sabía que tenía.
En medio del sufrimiento consciente, ya está ocurriendo la transmutación. El fuego del sufrimiento se convierte en la luz de la conciencia. (Tolle)
Cuando empecé a reconocer mi rol en mi propio sufrimiento, mi ego se puso inmediatamente a la defensiva. Lo sentí como un ataque directo a mi identidad. Durante mucho tiempo, había estado aferrado a la idea de que era un tipo miedoso, dubitativo, apocado y con mala suerte. Usaba esas heridas como prueba de mi resiliencia, como si me hicieran más fuerte o más digno de reconocimiento. Pero cuando frené a reflexionar, me di cuenta de algo perturbador: estaba definiendo mi identidad en torno a mi sufrimiento. Mi sentido del yo estaba definido por lo que otros me habían hecho o por el daño que podrían hacerme, y no por quién era realmente. Y con esta revelación llegó una verdad incómoda: no me conocía en absoluto.
El dolor emocional es tu compañero inevitable cuando construís tu vida sobre una identidad falsa. (Tolle)
Fue como si se levantara un velo y, de repente, vi cuánto de mi vida había estado en piloto automático, moldeada por el resentimiento y la necesidad de proteger mi ego. Había estado aferrado a una historia que en realidad nunca me perteneció. Y en ese momento, se abrió un portal hacia el autoconocimiento. Empecé a desprenderme de capas de falsas creencias: las narrativas que justificaban mi dolor, las identidades construidas en torno a mi sufrimiento y las ideas que me mantenían atrapado en un ciclo de victimización.
Y no fue algo fácil. No fue un golpe de iluminación, sino un trabajo lento y doloroso de tumbar viejos patrones. Soltar esa identidad es como perder una parte de mí, pero, paradójicamente, es lo que me está permitiendo descubrir quién soy en esencia.
La realización espiritual es ver con claridad que lo que percibo, experimento, pienso o siento no es lo que soy. No puedo encontrarme a mí mismo en todas esas cosas que están en constante cambio. (Tolle)
Las veces que intenté meditar sentí lo mismo que muchos: que era imposible. Mi mente no paraba. Pero con libros como éste fui entendiendo algo clave: meditar no es hacer que los pensamientos desaparezcan, sino observarlos sin apegarse a ellos. Aprendí a ver mis pensamientos como nubes que pasaban siendo yo apenas un simple observador. Y en ese cambio es que se va encontrando el famoso estado meditativo. Con el tiempo, esas nubes empezaron a moverse más lento, porque es como que fui dejando de aferrarme a ellas.
Lo que proponen estos tipos es que podemos llevar esta misma conciencia a la vida cotidiana. A eso que muchos llaman quietud. En la escuela, por ejemplo, es el silencio que hacemos durante la ronda del té. Y ahí, en esa quietud, es donde poco a poco se va encontrando el verdadero ser.
Creo que este es uno de los aprendizajes más potentes de mi vida. El camino hacia la sanación requiere un trabajo interno profundo y enfrentar esas grietas de nosotros mismos que nos rompen los quinotos. Pero el crecimiento real surge del desafío, no de la comodidad, y si entrás en esa, te metés en un compromiso que nunca deja de evolucionar.
La enseñanza de este libro está en que la quietud compartida puede sanar nuestra conciencia colectiva. Porque al volver a nuestra verdadera esencia también volvemos a nuestra Madre Tierra, o al Cielo, o a Dios. Porque no estamos separados.
Adieu!