Para que te midas
El toque de Midas es la historia de un rey que convertía en oro todo lo que tocaba y que, poco después de haber obtenido su "don", murió aislado, de hambre y de sed, porque, justamente, todo lo que tocaba se convertía en el precioso metal. En el mundo real, hay muchas personas que tienen una habilidad similar pero invertida, porque en lugar de producir bienestar, producen angustia, incertidumbre, peleas, y fermentan la mala masa.
De hecho, en todo aquello en lo que se involucran, en todas las relaciones que entablan, en los grupos en los que participan, sigilosamente siembran discordia, desacuerdos y, al final, entristecen y socavan la integridad de sus compañeros de viaje. Son personas que, directa o indirectamente, fomentan la separación y la desintegración, y drenan las buenas energías.
Son inseguros y envidiosos, y son extraños vampiros. Pero, ¿qué tienen en común estas personas con el personaje del mito? Creo que es fácil deducir que en la raíz del "don" invertido del rey codicioso está el egoísmo desenfrenado, la envidia incontrolable y el deseo de transformarlo todo para hacer descender a los demás y, de esta manera, añadir más a sí mismos.
Así, el rey, que se creía el centro del mundo, el dueño de todos sus súbditos y de todo lo que le rodeaba, se sentía destinado, por la fuerza de su voluntad y de sus deseos incontrolables, a acumular, a beneficiarse y a servirse. Era el monarca que, aún habiendo sido ungido para servir a los demás, se servía de ellos promoviendo todo lo contrario.
Era la pura codicia la que vendaba sus ojos y embotaba los buenos sentidos de su alma, anulándole la conciencia y el equilibrio, de modo que, como hombre rebelde contra su propia naturaleza, ya no tenía ni idea de lo que era realmente valioso e indispensable para la continuidad de su vida. Finalmente, el rey, una vez conseguido su "don", se convirtió en la sed infinita, que acabó ahogada y extinguida por sus propios impulsos irrefrenables.
Sabias leyes son las que controlan el mundo de los hombres, empeñadas en que "todo exceso se transforme en carencia", para que el mal quede aislado, para que el Todo pueda mantener su integridad y su justicia.
El toque de Midas llevará siempre a su egoísta poseedor a la inanición del alma, que se encontrará abatida, tan abatida e incapaz de continuar, invirtiendo el orden de la solidaridad, robando, manoseando y beneficiándose exclusivamente de la inocencia ajena. Midas no produce nada para sí, sino que toma, usa, explota todo, y quiere continuar así.
El problema es que, en cierta manera, todo lo que el hombre crea en su imaginación es un reflejo de lo que existe en el mundo de lo posible o de lo que ha experimentado en el mundo concreto. Todo mito esconde algo de verdad y sentido. Y en mayor o menor medida, muchos de nosotros acabamos desarrollando la maldición de sembrar tristeza, dañando a los demás cuando actuamos de forma impulsiva o apurada, sin darnos cuenta del valor real de todo lo que nos rodea, sin darnos cuenta de que todo y todos tenemos nuestra utilidad o capacidad específica para prestar un servicio único y necesario para el resto. Un servicio que no se puede evaluar en función de lo que aporta en satisfacciones materiales, sino de lo que aporta en términos de mejor vida para todos.
Normalmente, las personas que se permiten tales locuras morales van perdiendo su sensibilidad, su sencillez y su capacidad de amar. Poco les importa el daño que puede causar el uso apresurado de algunas palabras con tal de -falazmente- sentirse beneficiados.
Corresponde, pues, a la persona sensata evitar las relaciones con ese patrón vibratorio desequilibrado, para vivir con intensidad la riqueza que esplende toda la creación, riqueza para todos, pero que sólo le llegará cuando aprenda a dividir y compartir lo que recibe gratuitamente, sólo por puro y genuino amor.
Hasta el próximo lunes.
Adieu!