Sofismas críticos y la verdad escrita
No hay una unidad de medida que me satisfaga. La intuición parece ser el mejor criterio. Si sonrío al poner el punto final, sé que no debo escribir más.
El insondable mundo del deseo no se revela por completo de una vez, de toque, lo hace poco a poco, dejando rastros aquí y allá, incomodando a todes. No lo vemos, pero nos damos cuenta de que está ahí, atento. Es insaciable, no se contenta. Cuanto más satisface, más quiere, más busca, más atormenta. A pesar de esa rima que a veces se arrima, el deseo siempre quiere vencer, porque así es su naturaleza. Y, sin embargo, no se explica. No se ve obligado. Después de diecisiete años intentándolo sigo preguntando: ¿Para qué escribir? ¿Quién lo va a leer? Pero no hay tranquilidad cuando se trata de escribir. Cada día la duda se renueva, incluso con el elogio de los amigos. Esos no cuentan, pero son los que sustentan la persistencia. Muy poquitos te dicen algo. El resto se asusta, se amedrenta. Te leen y no dicen nada, no comentan.
A ver, muchachos, escribo para molestar, para quitar el polvo de mi teclado y para que la pantalla no se me ponga oscura y refleje mi tormento. Mejoraré, lo juro, dadme el tiempo.
Me cuesta creer que alguien pueda "enseñar" a escribir. No en el sentido en el que estoy pensando. ¿Qué sentido es ese? Es tarea del que me lea tratar de descubrirlo. ¿No es de eso de lo que se trata? Un juego de gato y ratón, fingiendo novedad en cada ida y vuelta, sin destino ni final. Bioy no tuvo clases en un taller de escritura creativa. Alfonsina no buscó consejo de algún erudito que vendiera cursos de lectoescritura. Ellos comenzaron a escribir y listo. Hoy están ahí, rompiendo todo, a gratuita disposición. Y los especuladores que se autodenominan teóricos, o peor aún, críticos, jurados, insisten en afirmar en sus sofismas que son la más pura expresión de una verdad absolutamente inalcanzable. Quien escribió sabe de qué hablo.
Y pensar que alguien puede pretender afirmar lo que quiso decir, por ejemplo, Aristóteles en sus notas de clase. Que además, ¿fueron realmente notas de clase? ¿Alguien las presenció para atestiguarlo? Ni una sola llegó enterita... Y el otro, su maestro, que nunca escribió y solo habló. ¿Será verdad? ¿será cierto que quiso decir lo que se dice que dijo? En fin... Hay cosas que jamás serán esclarecidas. Never. No sirve de nada decirme que la tradición esto, que la cultura aquello; nadie nunca será capaz de afirmar, sin la menor sombra de dudas, qué quiso decir fulanito o verganito. Y así está bien, para eso se escribe.
Adieu!