Entradas

Ideas para cosechar trofeos

  A veces me veo como queriendo demostrar algo. Como si tuviera que justificar quién soy o lo que valgo a través de logros o resultados. Pero ¿y si en vez de intentar probar lo que soy capaz de hacer, me enfoco simplemente en mejorar un toque cada día? Esto me lo planteé por primera vez hace uno o dos años, cuando Felipe me preguntó cuántas copas había ganado en mi vida. Fue re duro para mí tener que admitir que en más de 50 años había cosechado apenas un premio en un torneo de tennis, un segundo premio en uno de paddle, y otro segundo premio en un torneo de truco barrial. Pero en aquel momento lo pensé así: yo soy lo que soy ahora, con mis logros y mis fracasos, no tiene sentido que te detalle todas las que pasé. Entre las copas y las derrotas soy lo que observás y oís de mí. No se trata de brillar ni de coleccionar éxitos ni trofeos. Se trata de crecer, de aprender, de acercarme cada vez más a una versión de mí que me haga sentir en paz. Cuando cambio el objetivo de demostrar por...

Los hilos invisibles

  Hay vínculos que logran brillar sin esfuerzo. Son esos lazos invisibles, que no necesitan ser alimentados todos los días ni estar en contacto permanente para seguir vivos. No se ven, pero se sienten. Anoche soñé fuertemente con alguien que ya no está. Fue un sueño tan intenso, tan real, que al despertar me quedé con una mezcla de nostalgia y alegría. Sentí que, de alguna manera, ese lazo seguía intacto, aunque la persona ya no estuviera. Hay amistades o relaciones que el tiempo no desgasta.  Esa es la belleza de los hilos invisibles: parece que hay un acuerdo tácito, silencioso, que los mantiene vivos pase lo que pase. Son relaciones fuertes, porque descansan sobre el respeto, la empatía y un entendimiento profundo. No exigen. No presionan. Simplemente son. Y eso da una paz especial: la de saber que alguien, en algún lugar, sigue estando para vos. Algunas conexiones están hechas para ser fáciles, naturales, duraderas. No desaparecen por la falta de palabras. Se sostienen en ...

Ideas para salir de un laberinto

  Teseo era un príncipe. Hijo de Egeo, rey de Atenas. Criado entre las certezas que ofrecen los palacios, entre las voces que repiten sin cesar lo que uno debe ser: valiente, fuerte, ejemplar. Pero nadie le enseña a un príncipe qué hacer con el silencio, ni con el miedo que aparece cuando los pasillos se repiten idénticos y uno ya no distingue si avanza o si vuelve sobre sus pasos. Cierto día, Teseo estaba luchando pero no en un campo de batalla, sino en el corazón de un laberinto. Nadie lo había obligado a entrar. Fue él quien lo eligió, con esa mezcla de orgullo y desesperación que empuja a los hombres hacia sus propios abismos. Lo hizo para enfrentarse al Minotauro, pero también (y aunque no lo supiera) para enfrentarse a sí mismo. Porque toda hazaña externa es apenas un reflejo menor de la que pasa por dentro. Derrotar al monstruo no fue más que un acto físico. Violento, pero controlado. El verdadero horror vino después. El silencio, la desorientación, esa geometría sin sentido...

Colorada bata de satén

  Bueno, que lindo, parece que todo el mundo a mi alrededor ya tiene todo resuelto. Ella es la inteligente, él es el gracioso, el otro es el mejor amante y aquel otro el más capito. Cada uno con lo suyo bien definido. ¿Y por casa cómo andamos?. Medio a la deriva, entre expectativas que no elegí y preguntas que no tengo ganas de responder. "Solo sé vos mismo", te dicen. Pero… ¿y si todavía no tengo idea de quién soy? Hay días en los que pruebo distintas versiones de mí: más callado, más extrovertido, más seguro, más despreocupado… esperando que alguna de esas me quede cómoda, como la bata roja le quedaba a Sandro. Pero todas terminan sintiéndose como disfraces, pesados, calurosos, imposibles de llevar. Hay una presión silenciosa cuando la gente espera algo de vos. Cuando te da miedo decepcionarlos, y entonces achicás tus sueños, forzás sonrisas, solo para no desentonar. Y, la verdad… un poco cansa fingir. Hacer como que todo está bien para que nadie te pregunte cosas que no sa...

La opinión calificada

  Tenía en mi casa un viejo manual de filosofía de 5to año y este domingo se me dio por hojearlo un poco. En una parte se reproducía un diálogo entre Sócrates y Critón con el que me identifiqué al 100%. El tema era simple pero potente: ¿qué hacemos con la opinión de la gilada? Critón estaba preocupado porque, si Sócrates no escapaba de la cárcel, la gente iba a decir que sus amigos lo habían abandonado. Pero Sócrates le responde algo que me quedó dando vueltas: no todas las opiniones valen lo mismo. Sócrates dice que hay opiniones que tienen valor y otras que no, porque no todas surgen del conocimiento. Para él, así como uno escucha al médico cuando se trata de salud o al entrenador cuando quiere mejorar físicamente, también tendría que escuchar sólo a quienes entienden sobre lo bueno, lo justo, lo correcto. Las multitudes pueden tener fuerza, pueden influir, pero no necesariamente tienen razón. Eso me hizo pensar en lo mucho que jode el famoso “qué dirán”. Hoy lo vemos en las rede...

El rico tambaleante

Desde hace más de 15 años, al menos una vez por año, agarro la biblia y le doy una leída rápida al libro de Job. Es tremendo. El libro de Job, si lo sacás del asunto religioso, es una bomba filosófica sobre el sentido del sufrimiento humano. Es la historia de un tipo que lo tenía todo: guita, familia, salud, prestigio. Y de un día para otro queda en pelotas. Pierde absolutamente todo. No porque hizo algo mal, no porque se mandó una cagada, sino porque sí. Porque la vida a veces es así de arbitraria y brutal. Lo fascinante de Job no es tanto lo que le pasa, sino cómo lo enfrenta. El tipo no se queda callado ni se resigna con un “bueno, será la voluntad del destino”. No: Job grita, pregunta, se enoja, discute. Es el representante perfecto de cualquiera de nosotros cuando la vida nos pega un buen sablazo. Es esa voz incómoda que se planta frente al vacío y dice: “Che, ¿y esto? ¿Cuál es la lógica? ¿Dónde está la justicia?” Más allá de creencias o banderas, la partida del Papa Francisco nos...